El INE ha hecho pública la revisión de los datos macroeconómicos de
los años 2010 y 2011 que empeoran significativamente los que hasta ahora
se habían facilitado, y que muestran que ha sido principalmente el
consumo el causante de tal desviación. Las expectativas para los
próximos años no son mejores. Los propios organismos internacionales que
recomiendan los ajustes, basándose en los efectos que van a causar esas
medidas, agravan las previsiones macroeconómicas, con lo que el círculo
se cierra: un deterioro de la economía imposibilitará el cumplimiento
de los objetivos del déficit, dando nuevos pretextos a los halcones de
Berlín, Frankfurt y Bruselas para recomendar nuevos ajustes, y vuelta a
empezar.
El objetivo de déficit público (ingresos menos gastos) se fija como
porcentaje del PIB. Un empeoramiento de la actividad económica influirá
sobre su cumplimiento por distintas vías. La primera es meramente
matemática, aun cuando se alcanzase la cuantía del déficit en valores
absolutos se rebasaría el objetivo al haberse reducido el denominador
(el PIB). Pero la contracción de la economía afectará también vía
numerador a través de los llamados estabilizadores automáticos, mayores
gastos en prestaciones de desempleo y sobre todo una menor recaudación.
Conviene recalcar el nombre, “estabilizadores automáticos”, con el que
tradicionalmente se quería expresar el efecto beneficioso que en épocas
de recesión tenían al incrementar automáticamente el déficit y así
reactivar la economía. El objetivo que impone Alemania y que tan
fielmente cumplen los otros gobiernos es el opuesto, reajustes y
recortes; los podríamos denominar “desestabilizadores discrecionales”
porque tienen poco de automatismo. Hay otro factor que influye
negativamente en el cumplimiento del objetivo de déficit, los gastos
financieros. Cuanto más se deteriora la actividad, más desconfían los
mercados y mayor tipo de interés exigen en la compra de la deuda
pública, y mayores gastos financieros, por lo tanto, tiene que soportar
el presupuesto.
Es sumamente ilustrativo contemplar el gráfico de la evolución de la
prima de riesgo desde mayo de 2010. Da perfecta idea de que
-prescindiendo de las lógicas variaciones a corto plazo de todo mercado,
ocasionadas por las diversas manifestaciones, rumores o acontecimientos
puntuales- la tendencia es claramente alcista, y que hoy saludamos como
buena noticia el que los tipos de interés hayan descendido a un nivel
que hace unos meses nos parecía intolerable. A pesar de los múltiples
sacrificios a los que se ha sometido a la sociedad española, lo único
que se ha logrado ha sido empeorar la economía e incrementar la prima de
riesgo. Continuar por este camino conduce al desastre más absoluto.
Ante los nuevos rescates, deberíamos mirar a Grecia.
El modelo de la austeridad impuesto por Alemania carece de
consistencia. Está basado únicamente en un ilusorio incremento de la
competitividad, deprime el consumo interno y se orienta en exclusiva al
sector exterior, lo que puede favorecer a un país, mientras los otros
países no apliquen o no puedan aplicar la misma política. Es un modelo
tendente no tanto a agrandar la tarta sino a robar un trozo al vecino. A
la economía alemana le va medianamente bien gracias a que esquilma las
economías del resto de países de la Eurozona; se financia a interés
negativo, debido a que los demás Estados se ven obligados a soportar una
elevada prima de riesgo, y el fundamento de su crecimiento se encuentra
en el exceso de exportaciones sobre sus importaciones, que tiene su
contrapartida en los déficits de la balanza de pagos por cuenta
corriente de otra serie de países como Grecia, Portugal, España o
Italia.
Esa política, que está siendo desastrosa para los habitantes de
muchos países de la Eurozona, tampoco resulta demasiado beneficiosa para
la mayoría de los alemanes, sometidos a un proceso de ahorro forzoso,
ahorro que, como ocurre casi siempre, se termina acumulando en pocas
manos. Muchos trabajadores alemanes, aun cuando gocen de una situación
relativamente mejor que la de sus homólogos de los países del sur, han
visto empeoradas sus condiciones laborales y sociales. Recordemos la
agenda 2000 que Schroeder dejó de regalo a Merkel, y consideremos los
empleos a tiempo parcial y los tan cacareados minijobs que, como siempre, se justifican afirmando que es mejor un empleo malo que ninguno.
El ahogamiento financiero y la recesión económica de los países del
sur tienen que terminar por influir negativamente en la economía
alemana. Alemania ha fundamentado su modelo de crecimiento en las
exportaciones, y destrozar las economías de sus clientes por fuerza debe
afectar a su actividad y a la de toda la Eurozona.
(*) Economista
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