César Molinas acaba de publicar en El País un artículo titulado Una teoría de la clase política española
que es en realidad un capítulo o extracto de capítulo de un próximo
libro suyo que promete ser interesantísimo. La pieza ha tenido una gran
repercusión y ha movido mucha controversia en las redes, más que nada
por proponer como solución al principal problema político español una
reforma electoral en favor de un sistema mayoritario simple a una sola
vuelta, al estilo del first past the post británico y que
podríamos traducir como "el primero que llega, se la lleva". En el
debate muchos sostienen que no es tal solución, pues consistirá en
reforzar el sistema bipartidista y prolongar los males que aquejan a la
patria.
Palinuro, a su vez, a quien el artículo parece brillante, muy bien
escrito, riguroso y muy convincente, tiene dos puntos de discrepancia,
uno en el origen del razonamiento de Molinas, referido al modo en que se
organizó el Estado territorialmente en la transición, y el otro en la
propuesta de solución que hace con el sistema electoral mayoritario, que
le parece errónea.
El resto del artículo, a su juicio, pisa terreno muy firme. Su idea es
que los políticos españoles forman una clase de privilegiados que vive
de la captura de rentas, una casta extractiva, ajena a los intereses
colectivos y que solo tiene en cuenta los suyos como grupo. Es un
diagnóstico que coincide en general con la imagen que tiene la opinión
pública, para la que esta casta política es un problema y que, si no se
matiza, corre el riesgo de ser no del todo justa. El concepto "casta
política" viene a corroborar la extendida idea de que "todos los
políticos son iguales" y, si bien las excepciones son lamentablemente
escasas, este enunciado es falso. Entre el señor Durán, que reside en el
Palace y lleva treinta años viviendo opíparamente de la política y el
señor Cayo Lara, hoy por hoy, media un abismo y ocultarlo no sirve de
nada. Lara demuestra palpablemente que cabe ser político sin pertenecer a
casta privilegiada alguna. Y no digamos ya Gordillo.
No obstante, el grueso de los políticos, quizá el 90 o el 95 por ciento,
en efecto, son casta y Molinas da en la diana. Su artículo, fundado en
un buen conocimiento de las investigaciones académicas más recientes,
edifica asimismo sobre terreno sólidamente empírico. En el fondo, trae
causa de otros trabajos periodisticos que abrieron la veda de la
corrupción política y la corrupción de los políticos, en concreto, el
libro de Sergio Rizzi y Gian Antonio Stella (dos veteranos de este tipo
de asuntos) La Casta, così i politici Italiani sono diventati Intoccabili (Milán: Rizzoli, 2007) y su réplica española a cargo de Daniel Montero, La casta. El increíble chollo de ser político en España
(Madrid: la esfera de los libros, 2009). Molinas proporciona una visión
más sólidamente teórica en el marco de la lógica de la acción colectiva
y la teoría de la decisión racional que ve la clase política como un
grupo que trata de maximizar su beneficio a basa de captar rentas en
detrimento del bien común.
Ciertamente, es un diagnóstico correcto del principal defecto de algunos
sistemas políticos democráticos, el español entre ellos.
Vamos a las discrepancias de Palinuro. La primera es acerca de la
descentralización del Estado durante la transición. Molinas viene a
decir que la vía del "café para todos" fue el (equivocado) planteamiento
originario y no es cierto. El "café para todos" fe la chapuza, la
solución atropellada para salir del paso cuando se puso de manifiesto
que la intención original de establecer autonomías "de primera"
(Cataluña, País Vasco y Galicia) y "de segunda" chocaba con la
resistencia del resto que no la aceptaba. No fue, pues, plan originario
sino error reactivo. No tiene mayor importancia, pero las cosas deben
contarse como sucedieron. Por lo demás, el propio Molinas reconoce más
adelante en su exposición este punto de que el "café para todos" fue una
reacción poco pensada.
La segunda discrepancia es de mayor calado. Aunque Molinas diga que el
sistema electoral de mayoría simple no es el "bálsamo de Fierabrás"
(que, por lo demás, jamás existió) le otorga poderes casi taumatúrgicos.
Pero con muy nulo fundamento racional o empírico. La idea de que, por
establecer una relación directa entre el electo y el elector, el sistema
de distrito unipersonal regenerará moralmente la política patria es
puro wishful thinking. El ejemplo se aduce mirando casi exclusivamente a Gan Bretaña o algún otro English speaking country
pero soslaya el ejemplo de los Estados Unidos cuya Cámara de
Representantes, compuesta por una casta política con altísimos niveles
de corrupción de todo tipo se elige por el sistema electoral
mayoritario. El log rolling, la pork barrel politics se
originan aquí. Es más, es el ejemplo del funcionamiento de la Cámara de
Representantes el que Buchanan y Tullock tomaron para hacer la primera
crítica demoledora a esta corrupción de la clase política y proponer la
reforma constitucional que limitara el gasto público como único método
de acabar con el desastre de la casta política. Es decir, del sistema
electoral mayoritario no se sigue en modo alguno una regeneración moral
de los usos políticos de los representantes. Son necesarios otros
factores.
A la inversa, Molinas parece pensar que la corrupción del sistema
representativo viene del régimen electoral proporcional, lo cual es tan
inexacto como lo anterior. Prácticamente todos los países europeos
occidentales, excepción hecha de Francia y, en parte, de Alemania,
tienen sistemas electorales proporcionales con diferentes formas de
listas: Holanda, Dinamarca, Noruega, Suecia, no son países en los que
haya unas castas políticas tan descaradas, sinvergüenzas, privilegiadas y
corruptas como en España e Italia.
Estas dos objeciones no pueden pasarse por alto. Las castas
privilegiadas de rentistas corruptos españoles (de partidos estatales y
de ámbito no estatal) no dependen del sistema electoral. Es casi seguro
que seguirían siendo lo mismo con un régimen mayoritario. La corrupción
de los políticos no es un problema de técnica electoral sino de
educación, de cultura política y, sobre todo, de acción social y opinión
pública. En un país en el que un Camps obtiene mayoría absoluta y un
Fabra sigue en la vida pública hay un fallo evidente, pero no está en la
mecánica electoral sino en el espíritu de la gente.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED, España
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