Los periodistas han convocado concentraciones en toda España el día tres
de mayo en defensa de su profesión, de sus condiciones laborales, de su
estatus y sus derechos. Más o menos como todo el mundo en los tiempos
que corren. Pero los periodistas han querido singularizarse, como puedan
haber hecho l@s profesor@s, l@s funcionari@s o los gays. No hay
constancia de que hayan sido objeto de alguna medida contraria especial
como puedan haberlo sido los otros. Pero los periodistas compensan esta
aparente falta de motivación sublimando su importancia y sosteniendo que
el periodismo es un puntal básico de la democracia. Lo cual es cierto
pero quizá no en los términos estrictos en que los periodistas lo
plantean.
La Asociación de la Prensa de Madrid ha hecho público un decálogo de reivindicaciones
que dan contenido a las concentraciones convocadas. Esto del decálogo
ya revela cierta proclividad mosaica, que no es moco de pavo pero, si lo
leemos con atención, veremos que, además, contiene enunciados de muy
diversa naturaleza, alcance y admisibilidad. Todos los que se refieren a
un ejercicio digno de una actividad laboral jurídicamente protegida y
dignamente retribuida son aceptables sin más. Aunque no sin dos matices.
En primer lugar, la actividad periodística, con su fuerte carga
intelectual e ideológica, se ejerce en el marco de empresas privadas a
las que el Estado y mucho menos la corporación periodística no puede
obligar más allá de la legislación vigente. En segundo lugar, la llamada
"profesión periodística" es un concepto tan indeterminado que requiere
reflexión. Periodistas son el redactor que solo escribe crónicas de
tribunales y el figura que únicamente firma columnas de opinión. ¿Son
iguales? Formalmente sí, materialmente no, y eso en la materialidad más
material de las materialidades, en el dinero que cobran. Da la
impresión de que la "profesión periodística" tiene un amplia base de mileuristas o nimileuristas
y una reducida cúpula o cogollo con retribuciones fantásticas,
superiores a las de los alcaldes. Una colectividad con una de las
brechas salariales probablemente más profundas.
Pero hay más. Una de las reivindicaciones es la lucha contra el intrusismo,
cuestión que se da por averiguada y, sin embargo, a poco que se la
examine no es aceptable sin más. Porque ¿qué se entiende por intrusismo
en la profesión periodística? Si lo que se dice es que nadie pueda
ocupar un puesto en la redacción de un medio con una tarea concreta sin
tener la titulación y facultación oportunas, el asunto es dudoso pero
puede aceptarse por mor de la concordia. Si lo que se dice es que, para
publicar artículos en los periódicos (esporádicos o permanentes), para
hablar por la radio o aparecer en la tele, por ejemplo en debates y
tertulias, hace falta dicha titulación el asunto es irrisorio.
Viene a
ser como si los licenciados en Bellas Artes dijeran que nadie que no
tenga su titulación puede pintar o componer música; como si los
filósofos sostuvieran que no cabe filosofar sino se es licenciado en
filosofía; como si los politólogos reclamaran titulación correspondiente
para ser diputado. Por intrusismo se entiende aquí que, quienes tienen
algo que decir o comunicar acceden a los medios de comunicación con
independencia de su titulación. Por ello, se dice, hay que impedir ese
acceso de modo coactivo. Esto no es más que un ataque a la libertad de
expresión, justificado en una hipotética e inadmisible competencia
ténica. ¿O es que los periodistas (que ya se consideran con evidente
hipérbole "garantes" del derecho de la gente a la información) creen que
la libertad de expresión empieza y acaba en ellos? ¿O que los demás
pueden expresarse pero solo si lo hacen a través de ellos?
Este asunto del "intrusismo" tiene un reverso (que siempre va con él)
todavía peor y mucho más dañino, en concreto, el corporativismo. Dada su
tradición fascista, nadie se atreve a reivindicarlo claramente pero es
evidente que se practica de modo implícito, sin decirlo. Es como cuando
las compañías pactan los precios, siempre en detrimento del cliente,
como ya vaticinó A. Smith. Aquí se pactan las contrataciones pero se
hace mediante gentlemen agreements corporativistas. Una ojeada a
todos los programas de debates y tertulias de política en radios y
televisiones permite ver que el predominio de periodistas es abrumador,
superior al 90 por ciento, como si el resto de la sociedad no tuviera
nada que decir o no interesara que lo dijera.
Las comparecencias
audiovisuales se complementan luego con el reparto de columnas en los
medios escritos. Hay periodistas que trabajan para media docena de
programas y medios, repitiendo lo mismo en todos ellos que, además, es
pura opinión, sin información. Esta claro que la práctica corporativista
va en detrimento de los intereses de la clientela que seguramente
consisten en acceder a debates y tertulias de mayor nivel que el que
ofrece la mayoría. Sobre todo teniendo en cuenta que muchos de esos
periodistas astros tienen una adscripción partidista tan evidente que,
en realidad, son políticos en los medios o, como se decía antaño, los
"intelectuales orgánicos" de los partidos de la sociedad del espectáculo
y lacomunicación.
Es curioso, además, que los corporativistas, a su vez, practiquen
sistemáticamente el intrusismo.Por ejemplo, leo que muchos periodistas
se autotitulan analistas políticos. Dentro de la mentalidad
corporativista, la pregunta obligada es si quienes se llaman tal cosa
están facultados para ello, si tienen una titulación específica o se han
apropiado sin más del nombre.
En fin, no me preocuparía mucho. Internet está dejando ya muy atrás
estas cuestiones. En el ciberespacio la información es universal, libre,
gratuita. ¡Ah! se dice, pero el trabajo del periodista consiste en
"procesar" esa información. Este anglicismo de "procesar" es muy cómodo
porque no se sabe qué quiere decir; si se traduce al castellano, de lo
que se trata es de interpretar la información y ahí encuentra el
periodista una competencia ilimitada. Pretender limitarla no es de
recibo. Así que hay que sobrevivir tratando de ser los mejores en un
mercado libre, no intervenido ni controlado por corporaciones, alianzas,
asociaciones, gremios o mafias.
Viene aquí al caso el intento de muchos medios de reconstruir su negocio
imponiendo suscripciones a los productos digitales. Puede que funcione,
hasta cierto punto, y no es seguro. Lo que los diarios venden es el
tiempo de la información (ser los primeros), pero eso ya carece de
valor. Entre el primero y el segundo en dar una información median
segundos. Resulta entonces que lo que se pretende vender es la
interpretación pero en esto la red es la mar océana y los internautas,
cada vez más avezados, navegan los siete mares.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
No hay comentarios:
Publicar un comentario